lunes, octubre 8

supermercado

El lunes pasado salí del taller de canto a las 8 y media de la noche y crucé al supermercado que está enfrente. Hacía días que no pasaba por uno, lo que producía una soledad casi absoluta al medio limón y al tomate que esperaban en la heladera. Agarré un canasto, me parecía que un carrito era demasiado para lo que iba a llevar, y comencé la recorrida/ritual de pasar por todas las góndolas, incluso la de herramientas y componentes eléctricos aunque ya sabía previamente que no elegiría nada de allí.

Entre las frutas me encontré con un compañero de escuela que dos por tres me lo cruzo en la calle. Entre el comentario del precio de las papas hablamos de dónde estábamos viviendo, en qué trabajábamos y si teníamos hijos o no. Nos despedimos, yo pensando que estaba mucho más gordo que la última vez que lo vi, él no sé.

Cargué las mandarinas, la leche descremada, el pan y en la cola de la fiambrería, mientras esperaba que llamaran al 48 miré a mi alrededor. Todos los que ahí nos encontrábamos teníamos un canasto en la mano, no un carrito, la edad promedio era treinta y pico y estábamos comprando cosas para uno solo. Volvíamos de trabajar y de nuestras actividades cotidianas hacia nuestras casas y tuvimos que pasar por el súper antes de llegar, sino la cena sería pizza del bar de abajo.

Unos días antes una amiga se preguntaba dónde era el lugar para conocer una posible pareja si en el ámbito de trabajo y estudio la mayoría son mujeres (y teniendo en cuenta que ella es heterosexual).

Creo que le recomendaré que salga de compras alrededor de las 9 de la noche y compre 200 gramos de jamón.

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