martes, octubre 3

barreras

¿Hasta dónde hacemos un esfuerzo por comunicarnos y que nos entiendan? Cuando uno pretende educar ¿qué herramientas son válidas para la tarea y cuáles son pura demagogia?

Las palabras sirven para comunicarnos, en teoría, pero qué pasa cuando las palabras para mí tienen un sentido y para el de al lado tienen otro. El catalán, por ejemplo, es un idioma que además tiene un contenido ideológico muy fuerte, es el elemento de cohesión de la nación catalana. Entonces entender el idioma no solo implica entender las palabras, sino entender qué significa para ellos su idioma. Algunos puristas me dirán que pasa eso con todos los idiomas y, seguramente, tengan razón.

Entonces, si soy catalán, quiero hablar catalán no sólo porque es mi idioma (como lo sería para mí el castellano o español) sino porque implica mi forma de demostrarle al mundo de dónde soy y lo diferente que soy al resto del Estado español. Pero ¿hasta donde llega el límite de eso si soy profesor de una clase y tengo estudiantes que no me entienden y sí entienden el castellano? ¿Hasta donde en lugar de integrar a los foráneos a mi cultura los alejo? ¿Dónde está el límite? Si la doy en castellano siento que traiciono mis principios y que no puedo expresar lo que siento, y si la doy en catalán corro el riesgo de que mi mensaje no llegue.

Creo que la única solución es apelar al sentido más sensible, si se puede llamar así, de cada uno y dilucidar en cada caso lo conveniente. No es tarea fácil, pero si nuestro objetivo es ser docentes no podemos poner barreras insalvables. Los idiomas muestran diferentes formas de ver el mundo pero, lo mejor, es que sirven para intercambiar esas miradas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pues miren,

no creo que yo sea la persona más adecuada para hablar de estos temas de identidad a través del lenguaje, incluso porque me da exactamente igual expresarme en una u otra lengua (digo, por aquellas en las que me muevo a contento). Sin duda, hay particularidades en cada una, pero no entiendo que no se las pueda trasmitir en otra lengua, sobretodo en el caso de los catalanes, cuya lengua sí se asemeja a las latinas o románicas en general. Es decir, todo pasa al universo de la necesidad de imponerse o no. Yo, por ejemplo, no siento ninguna necesidad de imponerle a cualquiera una supuesta esencia brasileña; luego, me siento a gusto lo suficiente como para hablar de la manera más comprensible al que escucha. Lo que no me parece ser el caso de los catalanes, que, tras una historia de imposición castellana, sí encuentran como productiva - por lo menos a su propio ego - cualquier forma de expresión del 'catalanisme'. Lo que digo es que se les comprende esa necesidad. Pero, una cosa es cierta: hay que saber a quiénes imponerse, porque la imposición pura y sencilla a personas cuya intelectualidad pueda ser considerada satisfactoria puede sonar como arrogancia barata.