Sin “Primera vez”. Mirá si le hubiera hecho caso a mamá, que me retaba por querer teñirme el pelo antes de los 20. “Si empezás ahora…¿qué dejás para cuando tengas mi edad? Es un disparate… Te vas a estragar todo el pelo…”, rezongaba. Al borde de los 30, ese prematuro acto colorante cobra una dimensión insospechada: la de no saber nunca cómo se veía mi primera cana, ni qué día nació, ni si caía hacia delante o le tocaba un mechón de atrás. Dios bendiga a Loreal.
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Sin “Primera vez”. Mirá si le hubiera hecho caso a mamá, que me retaba por querer teñirme el pelo antes de los 20. “Si empezás ahora…¿qué dejás para cuando tengas mi edad? Es un disparate… Te vas a estragar todo el pelo…”, rezongaba.
Al borde de los 30, ese prematuro acto colorante cobra una dimensión insospechada: la de no saber nunca cómo se veía mi primera cana, ni qué día nació, ni si caía hacia delante o le tocaba un mechón de atrás. Dios bendiga a Loreal.
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